A Don Ángel Sonnenholzner

Te lloro,
te nombro,
pero no puedo silenciarte.

Sangre mía,
sangre propia,
furiosamente me elevo
entre otros cuerpos y venas
ya que me diste tu nombre,
mas yo solo recuerdo tu voz,
como la luz de mi sombra.

Has muerto Padre,
pero la memoria de tu voz
hace mi vida vibrar.

Has muerto Padre,
te imagino entre nuestros arrozales,
entre nuestros pechiches y nuestras garzas.

Aquí estamos los tuyos
sembrando tus secretos
tatuados entre la entre risa de tus ojeras,
que señala que hay que sembrar
para que sigamos cosechando
frutos vitales.

Has muerto Padre,
pero en nombre de nuestros nombres
seguimos exprimiendo
todos los secretos que nutrieron tu sangre.

Has muerto Padre,
mas el trueno de todos tus sueños
avivan muchos presentes.

Has muerto padre

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