Una Carta Astral

Leí de la mano de mi abuelo
las contradicciones insolubles del amor y odio.

Conocí las formas de las flores y las nubes
entre los signos simbióticos de mi padre:
El mundo, me lo enseñó a elevar como cometa.


Aquí estoy hoy, narrándote la integridad del mar
donde está el instante vacío que hay que llevar
con la poderosa lectura de tu personal astralidad.

Detente y oye los trombones que saltan por el universo.
Mira la tarde nítida que te regala el cosmos.
Otros no lo ven, pero tú, aprende a leer los cántaros estelares.

Pregúntate por qué suceden tantos milagros.
Mis abuelos rezaban y las tormentas paraban
porque oraban nombres cargados de santidad.


La luz de las estrellas es suave y dulce
y nosotros, que estamos hechos de sombra,
nos hace perseguir iluminados sueños.

El sentido común está en el firmamento
y aunque las nubes cambian de forma,
las mareas, los mares y el poema renacen
cuando las galaxias nos regalan
una chispita de su anverso y su reverso.


Hay una sombra proyectada en nuestros nombres.
Hay una sombra que rige nuestros días
para rebosarnos de angustia o de calma.

La vida del universo es discrepante:
emana del caos y de las equivocaciones,
y las estrellas son como radares en la tormenta.


El santoral, el horóscopo y la carta astral
son el trapecio con que nos guían las estrellas.


A poco de ser consumido por algún gusano,
cada ser alinea su alma con la memoria del vacío.

 

La suerte circula llena de círculos y elipses dispares.

 

Buenos Aires, 2015.

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